jueves, 26 de julio de 2012

Superí

Sólo las variaciones ocupaban mi mente. Salí a caminar, para despejarme de tantos días y tantas noches, y me perdí en el barrio. Después de un rato de andar, volví a la lucidez, y vi que la calle estaba realmente oscura. Recordaba haber salido de día (o al menos, a la tarde), pero el cielo ya no se veía y la iluminación pública dejaba mucho que desear. ¿Era eso? Miré a mis alrededores, buscando ubicarme, y descubrí que la esquina en la que estaba detenido no tenía una construcción, en el sentido estricto de la palabra. Una cerca negra, alta (ahora no recuerdo si era negra, si era de metal, o si se trataba de un montón de arbustos tapando la vista), se extendía por media cuadra a cada lado de la esquina, y hacia arriba y desde adentro, asomaban puntas de pinos y árboles.
Caminé la cerca, a los lados, buscando una entrada, queriendo ver qué había en el interior. Todo a lo largo, no había un solo farol. Llegué finalmente a una reja gruesa, más alta que la cerca, que hacía las veces de puerta. Miré hacia adentro. Había olor a hojas, a bosque, y me sentí chico. Era un bosque completamente oscuro, había hiedras en el suelo, algunas de las cuales llegaban hasta mis pies asomándose de la reja, como intentado salir, y había un pasillo de azulejos que se extendía hasta una puerta. Levanté la vista, y vi una luz. Un farolito apenas, sobre una puerta de madera doble, en una fachada destruida por el tiempo. La puerta era una entrada, una mínima entrada a una construcción que se erguía detrás, de límites invisibles, y sobre ella vi una torre, rídicula, totalmente afuera del espacio y del tiempo,  con techo de tejas en punta. Todo en completa oscuridad, a excepción del farolito de la puerta. Alguien vivía en esa casa.
Deduzco que la calle era Superí, si el plano mental que dibujé horas después no me engañó, pero las veces que volví, a plena luz del día, no pude encontrarla. No sé.