miércoles, 30 de diciembre de 2009

No me gusta

por Luis Reboredo

las tardes nubladas
el otoño insensato
la psicología inversa, tampoco los gatos
ni la costa en enero ni la cancha de vélez
pero menos que menos las casitas de belgrano
la verdad a medias, la hipocresía innata
el egoísmo latente en los nenes de tres años
el fascismo incipiente
las multitudes sin cabeza
el noticiero de las ocho vende carne podrida en tu mesa
que me hablen seguido cuando recién me levanto
las minas insípidas que prefieren dar vueltas
los imbéciles que creen que amar es no soltarte
el sexo que es impuro cuando tiene recatos
la plata de traje que se cree mejor que el narco
y aunque este mundo es insano
y aunque me quejo por eso
en verdad, lo que menos me gusta es que no me devuelvan un beso.

sábado, 26 de diciembre de 2009

Los Pases


Un pase
Las chicas hacían pis contra el baobab del fondo. Era un país en sí mismo, con las raíces levantándose y las botellas y las sillas distribuidas sobre él, y sus islas de tierra y su interior desconocido. Nos acercamos y las encontramos, se tambaleaban corriendo y nos pedían que no fuéramos más cerca que las íbamos a ver. Franco y Germán tenían que mear, sí o sí, y esperamos a que terminaran para poder pasar. Germán armaba y le convidé vino. Las chicas se fueron en grupos chicos y Dani se quedó con nosotros. Franco se fue a mear y Germán le convidó a Dani. Rechazó.
En ese baobab ya no había nadie, en cambio al fondo el gran grupo de pie parecía invitarnos a entrar, y la luz blanca de algún farol caía justo encima de sus cabezas. Eran cientos. Franco volvió del árbol, se limpió de blanco y Dani se fue. Caminamos hacia la fiesta y pasamos por las enredaderas, verdes y abotelladas.
- No lo puedo creer, ahí está Paula –me dijo Franco en voz baja.
- Derecha, derecha –nos desviábamos.
- ¡No la mires!
- No la estoy mirando.

Dos pases
Polto giraba y giraba entre la gente, y quería bailar y quería fernet. Nos encontró a la media hora de haber llegado. “Me agarré una mina que nada que ver, que no es ninguna de las dos que yo quería. Quiero a la prima ya. Vamos a dar una vuelta a ver si al encontramos“. La botella de vino blanco que, prácticamente sólo, se había tomado, rodaba por el asfalto. Llegó tranquila y solitaria junto a un auto dado vuelta y muy oxidado junto al que una pareja se daba los besos. Vamos a dar una vuelta a ver si la encontramos. Entre la gente, la luz, la música, las campanitas, la noche buena, y el asfalto, las estrellas. Y la prima y la ex. Polto saltó y corrió.

Tres pases
La enredadera y sus botellas nos abrazaban y los cuatro, sentados ahí, miramos la gente a lo lejos. Habíamos perdido a Diego, pero no importaba. “Miralo, es un poeta, escribe en cualquier lado”, dijo Franco a Polto y nos reímos un poco y nos paramos, se limpiaron y nos fuimos. Nos sentamos entre la gente.
- Hola, Pau –Franco se paró y se quedó hablando.
Di unas vueltas mientras compraban Fernet y un montículo de rulos me indicó otra cara conocida. A los gritos y entre la música, casi a la luz del sol, le leí mis anotaciones a T, que escuchó sin parar de bailar, y le dije que estábamos comprando Fernet. Vino conmigo. Al rato Polto y yo nos quedamos sin mucho que hacer y dimos unas vueltas buscando a la prima deseada o a la ex perdida.

Cuatro pases
Franco camina con Paula, abrazados hacia la salida del estacionamiento. La luz del sol rebota en las puntas de los edificios para caer difusa sobre el asfalto, que brilla levemente y los ilumina. Salen de la fiesta y encaran para Arenales.
Germán se acerca con T y avisa que se van; están de la mano o algo así. Se van a su casa y se despiertan al día siguiente con resaca y cansados, y hacen té.

Cinco pases
Polto y yo damos las vueltas por el lugar. No están ni la ex ni la prima, y suena el teléfono y nos habla alguien y nos pide cigarrillos y Polto no escucha nada y grita y grita por el teléfono. Al final me lo da. “Dice que está por el baobab del centro”. Al fin habíamos encontrado a Diego. Nos encaminamos al baobab indicado, todo con gente y sillas y botellas y plantas saliéndole de adentro, y ahí está Diego, con una gran sonrisa y hablando con alguien que no conoce.
Diego muy temprano, cuando desapareció, se fue con la muchacha al bosque, entre los árboles del cantero de la fiesta. Se sentaron y Diego ya estaba borracho, y se dieron los besos sobre la tierra. Al fin la acompañó a su casa en taxi, se bajaron y se dieron más besos, y la muchacha no lo dejó subir al departamento. Diego dijo que así es la vida, que la noche había terminado, y se dio cuenta de que la faltaban el celular y la billetera.
A las cinco y media de la mañana caminó treinta cuadras, atravesando la ciudad desde almagro hasta facultad de medicina, y hurgó en las profundidades del bosque, y entre el alcohol regado en el barro y las flores de verano y las mujeres y las parejas, salió triunfante, celular y billetera en mano, y se encontró con otra muchacha, y hubo beso. La sonrisa de una gran noche le surcaba el rostro y le contó a la historia a los cientos de personas que quedaron en el lugar a las siete de la mañana.
Polto y yo le hicimos compañía, apareció más gente, y la música declinó, y la gente se sentó. Eran las siete y me despedí. El fernet caía por mi camisa y mis pantalones, y mi zapatilla, izquierda, atada la suela con un cordón de cuero, lo dejaba entrar hasta la planta del pie. Caminé al sol, alejándome y escuchando una noche de paz instrumental que, a modo de despedida, largaban desde la barra. Hice pis en un árbol, felicité a unos mendigos, caminé a la parada y me senté en el cordón.

Variaciones Claus

Caminamos y subimos. Llegamos
Vi un estacionamiento, vacío en los grupos de gente
Vi luz blanca y dispersión
Un Callia, Franco, y Germán
Poltorak a la octava

‘Mi tabique es el muro de Berlín’
Franco se agita y está loco
La revolución nos espera
Aclara el día y nos grita

Conseguimos un envase y la prima dormía
‘Vamos a Bulnes
Hay que hacer algo’
Los grupos se sientan y el sol los escupe

Una petisa confusa
No es mía, no sé de quién
Doce, trece y once años
La luz nos amanece y nos pide una más
El cuerpo nos late y mira hacia atrás

Santa Fé y Rodríguez Peña
Vacío a las siete
Hay uno con rulos y remera blanca
Taxis, motos, y camioneta
El cielo está celeste y el sol llega a las puntas
Suenan las palomas, brilla el asfalto
La luz se filtra entre los árboles barriales

No quedó nadie, ni en esa fiesta ni esta calle
Es navidad, te extraño horrores

viernes, 18 de diciembre de 2009

El gin recobrado

Eran los tiempos del gancia y del gin. Los tiempos de las mesas, los bancos, los subtes, las faltas y los besos. Eran los tiempos de los besos, sin duda.
Ya no recuerdo las circunstancias particulares de la situación, pero había algo de secundario, de trabajo práctico, de mesa de examen final y diciembre y verano que no llego a dilucidar en mi cabeza. Estábamos en lo de Germán, con él mismo y Franco, y seguramente habríamos terminado de comer un lemon pie. Armábamos gin tonics y escuchábamos a Morrison, y mientras uno dibujaba, otro emeseneaba y yo pensaba en mi chica. Sabía exactamente dónde estaba y adónde iba a ir, y me carcomía la mente, sin causa aparente.
Córdoba llegó a eso de las once, tirando piedras al balcón para que nos diéramos cuenta y le tiráramos las llaves. Franco le escupió desde arriba (casi un año después, en algún territorio jujeño Córdoba se vengaría disparando bosta a Franco) y le avisó que teníamos gin.
- ¿Cuál es el plan?
- Bien –empezó Córdoba –, cumpleaños de mi división. En Virrey Lamierda al quinientos, o algo así. La mina me dijo que no caigan muy fisura.
Comimos en un lugar de panchos y hamburguesas, cuatro hamburguesas completas con lechuga, tomate, jamón y queso (alguna tendría huevo), y salimos a caminar por las calles de Belgrano buscando algún rincón. Nos tiramos al lado de las vías, cerca de Barrancas, y sacamos el gin, que estaba puro y transparente en su botella de etiqueta azul clara. Córdoba contaba de cómo en su provincia hacían todas sus necesidades en las plantas y se limpiaban con ellas, y poco después procuró un intento de llevar a cabo una demostración. Nunca lo hizo. Pasó un tren y nos pasábamos la botella. No tomábamos cerveza en esos tiempos. Era eso o vodka, y nunca caminando, siempre en algún rincón cuidadosamente seleccionado.
¿Llamé a mi novia? No, eso habrá sido otra noche. Pero pensaba en ella, o pensaba en llamarla, y muy seguramente después explicité ese y otros mil pensamientos al respecto. Y entonces notamos que quedaban unos siete centímetros de gin, y yo quería hacer algo esa noche y a Franco le gustaban los límites y Germán se quería divertir y dijo “fondo blanco”. Y yo dije que no tenía problema y él que ni en pedo podía. Por cincuenta centavos de apuesta tomé los siete centímetros y en seguida me di cuenta que no pasaba nada.
Empezamos a caminar, rápido. Las luces se movían a nuestros costados y saltamos cantando la marsellesa y una señora nos gritó “viva la france!” o algo así y seguimos caminando y de golpe estábamos en Virrey Algo y tocamos el timbre y subimos y nos abrió una chica de voz gruesa y de rostro irrecordable a la que la felicité por el cumpleaños. Nos sentamos alrededor de una mesa con otras cinco o seis personas. Había poca gente en general en la casa y parecía un laberinto con pasillos y salas que no terminaban y hablé de mi novia y me paré a poner Morrison y Franco me agarró y me dijo que me sentara. Córdoba me preguntaba cosas de mi chica y las lámparas sobre la mesa estaban a muy poca altura realmente y las empecé a golpear con la mano para ver cómo se movían. A mi derecha sobre el suelo había un puf que se veía increíblemente atractivo.

No sé qué hora sería, era de noche, abrí los ojos y estaba en el puf muy cómodo y Córdoba me miraba. “Vení, vamos al baño y nos vamos”. Sentí un gusto raro en la boca y caminamos hasta el baño. Me lavé la cara y la boca.
- ¿Vomité? -pregunté a Córdoba.
- Sí. Germán y yo lo limpiamos. El hijo de puta de Franco dice que le da náuseas ver vómito.
Salimos los cuatro hacia la puerta y la dueña de casa vino a saludarnos. Le pedí disculpas por las molestias ocasionadas y dos de los tres me llevaron agarrado de los hombros.
Dormí en otro puf en lo de Germán y al día siguiente fuimos a un asado. Comí una hamburguesa, nadé en la pileta, jugué a algún juego de mesa. No la llamé hasta el otro día.

viernes, 4 de diciembre de 2009

El uso del tiempo 1

Estuve un par de días bien lúcido y despierto, durmiendo a la noche con el farol naranja de la calle iluminándome por la ventana, y escribiendo mis guiones durante el día, la cabeza adentro del monitor y la comida dulce y mala por el escritorio.
Al fin el viernes salí con Franco y me di cuenta de que estaba mucho más cansado de lo que creía estar y corrimos por la calle persiguiendo al diecinueve. Cuando llegamos había muy poca gente, pero pasaron las horas y se llenó. Había una sala grande con luces rojas, llegaron todos y Germán me intentó convencer de que para tener tiempo de escribir, leer y vivir tenía que tomar café y ninguna otra cosa, porque todo lo demás no da ganas de hacer nada útil. Estuvimos todos de acuerdo en que el tiempo evidentemente no alcanzaba y Franco se fue al armario. Me di cuenta de que había mucha gente desconocida y me quedé hablando con Germán en la cocina. Llegó un amigo muy duro que no paraba de decirnos que nos quería y al final apareció la rubia de la fiesta, la gran rubia de la fiesta, que subía y bajaba y no sé por qué bailaba tanto y que todos creíamos que era extranjera.
A las seis de la mañana decidí que eso era una noche, Franco me pidió un cigarrillo y vi que quedaban sólo dos.
- No, dejá, si te quedan dos.
- Todo bien, todo bien –le di uno.
- ¿No sos un adicto de salir a comprar a las once de la noche un martes?
Y Marcos me decía que si quería ir a desayunar que lo esperara, yo le dije que café con medialunas podía ser pero él dijo que mejor cerveza con medialunas. Igual me fui. Caminé por Corrientes diez cuadras y me tomé el treinta y siete. Me dormí parado varias veces y la gente me sostenía. Pensé que podía tirarme en el piso a dormir, si total era sábado y eran las siete y a quién le importa. Al final llegué y tuve que caminar otras diez cuadras. En el medio había una iglesia y estaban dando misa. Entré y me senté en un banco a mirar.

martes, 1 de diciembre de 2009

El Fondo.

Cambié de cara y empecé a usar camisas.
Me dejé la barba, me compré varias cosas. Empecé a salir más, como me decían.
Varié en todos los consumos. Cambié bebidas.
Me hice una chica. Tiene ojos de cine y sonrisa destructora. Tiene el pelo en llamas y los brazos más largos que vi en mi vida.
Vi la noche, y es larga y oscura y suenan sirenas y corremos y saltamos y algunos vomitamos; y nos peleamos y viajamos.
Insulté, agredí, llamé a cualquier hora del día. Escuché sus nombres, los aborrecí. Me asqueé y me borré. Volví.
Escribí, miré, fotografié, dibujé y escuché.
Le dije “andá a cagar” y la perdoné, todas las noches.
Le dije “te amo” y me perdona, todos los días.
En el fondo de mi vientre hay un lugar lleno de basura. Siempre es la misma.

domingo, 2 de agosto de 2009

Un whisky en el armario

From a Motel 6 y la revolución del video. Una imagen granulada y pixelada, azulada. Alguien tiene una campera naranja y el sol da en el lente flureando todo. La cámara está contrapicada. Nunca voy a tener esa vida. Claramente.
Tener un whisky en el armario ayuda para olvidarse de ese hecho fundamental. Pulmonar tabaco también. Me generan odio los drogadictos, prefiero un fisura vomitándome la alfombra. Vomitando bilis, si es posible. Igualmente, por mucho whiksy, tan intelectual como mediocre, que ingiera, nunca logro estar lo suficientemente borracho como para dejar de pensar y que todo me importe una mierda. Me doy cuenta.
Me quedaba algo de una botella de la semana, una marca que no conocía pero que al menos no era el más barato. Toqué el timbre.
- ¿Qué llevás ahí? –dijo Julio.
- Me quedaba un toque.
- Piola. Yo tengo unas birras.
Entré y empezamos a buscar música para el último corto. No iba ninguna. Tocamos la guitarra y tomamos dos cervezas. Llegó Alejandro con un fernet.
- ¿Adónde vamos después?
- A una fiesta.
- ¿Hay chicas?
- No sé si hay chicas… pero es una fiesta.
Después de las cervezas nos servimos unos whiskys. Sonaba Yo la tengo y sentí que debería ser de día o algo así. Yo quería desmayarme. Creo que debe ser la mejor manera de irse a dormir. Se acabó el whisky y Julio le robó uno al padre, uno de verdad, y tomamos unos vasos más. Después sacamos el fernet de Alejandro y una coca de la heladera, y lo hicimos y lo tomamos y el fernet es una basura porque me da ganas de vomitar y tengo la costumbre enfermiza de dejar que el vómito fermente en el estómago y no dejarlo salir más porque creo que es mejor así porque sino no me desmayo. Igualmente no me desmayo. Quería más whisky pero ya iba a explotar. Odié nuevamente a mi estómago por ser más sensible al alcohol que mi cabeza.
En un momento no supe qué pasaba, pero quería romper las cosas. Pero eran de Julio. Salgamos que quiero un cigarrillo. Vamos a la fiesta. Dale vamos vamos.
Abrió la puerta y salimos los tres. Caminamos hasta El Porteño a comprar una cerveza, tambaleándonos. Todavía estaba demasiado sobrio, como siempre. Y fue entonces cuando vimos la hora. Eran las cinco de la mañana.
- Drogadictos de mierda, no podemos ir a esta hora para una fiesta, ya debe estar muy muerta.
- La puta madre.
- Cada vez más fisura, Jules, la puta madre.
- La próxima sale. Por favor.
Terminamos la cerveza sentados en un escalón y Alejandro corrió a su colectivo con los rulos al viento. Pensé que tenía talento en el cine, más que yo al menos, o al menos más actitud, o más queseyó, y me acordé que volvía la facultad y que no tenía la menor intención consciente de ir, pero que claramente no me quedaba otra, y que tenía que conseguir un trabajo para tener excusa, y que tenía que cagar a puteadas a una mujer, y que tenía que ser un poco menos forro con otra, y que igual no tenía sentido, si total no me iba a casar ni hoy ni mañana ni nunca, y que se vayan a la mierda estoy muy mareado y no puedo caminar derecho pero todavía me faltaría muchísimo whisky para caer desmayado que es lo que necesito ahora que puedo necesito caer desmayado no quiero dormirme quiero desmayarme.
Julio abrió la puerta, agarramos unas galletitas y subimos a la habitación. Tomé agua para no vomitar, comí algunas galletitas y me tiré en el puf. La puta madre, voy a tener que comprar otro. Algo en el armario hay que tener. Julio me hablaba. Me quedé dormido.

miércoles, 15 de julio de 2009

Fideos a la bolognesa

Franco se sostenía con los bordes del inodoro, la cabeza metida adentro, y dejaba salir su estómago hacia el agua. Julio prendió un porro mientras esperábamos. Yo no podía entender cómo el hombre se podía arrodillar en ese piso asqueroso, lleno de pis, agua, alcohol y papeles mojados.
Un gorila entró por la puerta del baño. Tenía pantalones negros y una remera negra ajustada.
- Váyanse –dijo –salgan.
- Esperá, esperá que está fisurando –dijo Julio, y le dio una pitada al porro.
- ¿No entendés? Salgan.
- Bueno, bueno, ahí vamos.
Julio guardó el porro y levantamos a Franco entre los dos, de las axilas. Lo sacamos del baño y, empujados por el gorila, salimos del lugar. Era el cumpleaños de un amigo de Franco, así que el que quedaba mal era él. Lo sentamos en un cordón y Julio sacó un cigarrillo. No había nadie en la calle, y la temperatura era agradable. Me puse la capucha de la campera. La luz de sodio estaba muy fuerte. Julio se sentó junto a Franco, le palmeó la espalda y le dijo “largá todo”. Pero Franco no hizo nada, se quedó ahí, con la cabeza gacha, mirando el suelo, como si estuviera vomitando, pero sin nada saliendo de su boca.
- Chabón… -dijo Julio – ¿dónde está mi chica?
- ¿Qué chica?
- La chica.
- ¿La piola?
- Sí, man.
- Dejate de joder, no existe la mina piola.
- Pero me vendría bien. No sé qué voy a hacer –fumó el cigarrillo y miró a Franco -. Creo que me voy a cambiar de carrera.
- Andá a la fadu, ahí hay minas. No sé si piolas, pero…
- Sí, es verdad.
- ¿Por qué te querés cambiar?
- Porque es una mierda.
- Claro.
- El tema es que no tendría ningún futuro en ninguna otra cosa. Me gustaría trabajar y no estudiar, o irme a vivir a un pueblo.
- Es alto plan ese, siempre lo pienso.
- Qué paja. Qué hace la gente de sus vidas.
- ¿La gente? Y… cogen entre ellos, para sentirse mejor. Después se casan, se divorcian, se dan cuenta que desperdiciaron el tiempo, trabajan en cosas que no les gustan, y después se mueren. Básicamente hace eso la gente.
- Che Fran, ¿podés caminar?
- … Sí.
- Vamos, dale.
Lo levantamos entre los dos y empezamos a arrastrarlo por la calle. Cada pocos metros nos pedía parar por unos minutos. Caminamos unas cuadras y pidió por favor sentarse. Lo sentamos en una esquina y se sentó en la misma posición. Empezó a vomitar. Miré el fluido con atención y distinguí fideos cuidadosamente masticados.
- ¿Comiste pasta? –pregunté.
- Se…
- Genial. Uy, ¿con bolognesa?
No respondió.
- Chabón, esa no es mi vida –acotó Julio.
- ¿Qué vida?
- La de la gente.
- Quisieras.
- Andá a cagar.
- Chabón, es así. ¿Ahora qué estás haciendo? Estás cogiendo, después vas a coger con otra persona, antes también, la que te movés va a estar y estuvo con otras personas: o sea, están dando vueltitas. Aprovechás que no te casaste para dar un par de vueltas y después te quedás quietito, porque si no te ponés mal. Y hacés películas, o libros, o canciones, y es lo mismo. Dios, me voy a morir.
- ¿Qué tiene de malo coger?
- No tiene nada de malo. Pero hay que ser consciente, nos sacaron a pasear nomás. Nos sacamos a pasear mutuamente. Somos perritos –me reí con ganas.
- Sos un emo.
- Aguante los emos –Franco empezó a meterse los dedos hasta el fondo de la garganta para vomitar todo y sentirse mejor-. Fran, sos un asco –me hizo un signo de aprobación con la mano, levantando el pulgar. Y al rato empezó a salir sangre con el vómito –qué porquería, no quiero ver más esto.
- Maricón.
- Yo no voy a coger más.
- Yo sí. Yo voy a coger. Y me quiero morir antes de los treinta, o conseguir a la piola para esa edad. Después todo va a ser un poco mejor. Y hacer una carrera posta, y no lloriquear como vos.
- ¿Ese es tu plan? ¿No lloriquear?
- Sí. Y consumirme, como un porro. No hay que vivir, hay que consumirse.
- Estás inspirado.
- Sí.
- Fran, vamos a lo de Julito, no te banco más.
- No…
- Dale, vamos. Es una masa. Dormís en una re cama, te levantás al día siguiente y tenés café, desayuno con facturas recién compradas (qué grande tu vieja, man), el diario, toda la movida. Después te lavás los dientes, te echás un buen garco, te lavás la cara, te vestís y salís al mundo. Vamos.
- No…
- Vamos, dale. Dios mío, tus fideos son un asco.

lunes, 22 de junio de 2009

Pollock

El video estaba vacío. Ya tenía mi película en la mano y esperaba que el hombre que atendía aparezca. El lugar era chico y blanco, y las paredes estaban repletas de cajas de películas. En un rincón vi una máquina de café, me acerqué, puse una moneda de un peso y pedí un café largo. Mientras lo tomaba bajó el hombre. Resultó que le debía plata. Pagué la deuda y la película y salí.
Tenía que pasar por la facultad a dejarle una película a T, así que me dirigí para allá, caminando. Serían más de las ocho de la noche, y la gente volvía a sus casas. Me sentí feliz de no hacerlo.
Cuando llegué, T estaba sentada sola, fumando, en las escaleras. Me sonrió de lejos y me acerqué.
- No sabía que fumabas.
- A veces –saqué el disco y se lo di.
- Gracias.
Me senté a su lado a descansar un poco. T Tenía rulos, una pollera con lunares y un suéter rojo.
- ¿Tenés plan hoy? –le pregunté después de un rato.
- No. Me voy a mi casa, miraré alguna peli o algo.
- Yo ahora voy a lo de Germán con una. Si querés venite.
Dudó un poco, pero al final entró a rescatar sus cosas del aula y nos fuimos. Pasamos por el supermercado a comprar cerveza, y después fuimos directo a la casa, tomando el subte.

Germán tenía una camisa a cuadros que en alguna ocasión me había prestado y estaba despeinado. Pensé que se debía haber levantado de una siesta recientemente. No puedo decir que no le sorprendió ver a T, y considerando su reciente historial juntos, por un momento me cuestioné la invitación que había hecho. Rápidamente me convencí de que a nadie le podía molestar una mujer de noche en su casa, y me dejé de preocupar, para entretenerme viéndolos interactuar.
Pedimos comida china y mientras la esperábamos abrimos una cerveza y unas papas fritas, y Germán armó un porro. Estábamos en el living, un lugar grande y escasamente amueblado, con olor a madera y cuadros mal combinados.
- ¿Cómo va el corto? – me preguntó Germán. Hacía tiempo ya que preguntarme cómo estaba era exactamente lo mismo que preguntarme cómo iba el corto, así que la gente había optado por lo segundo.
- Va, va –pensé unos momentos, tomé un poco de cerveza -. Bah, o sea, los ensayos no se hacen, los equipos no están, los permisos se complican. Lo de siempre.
- Va a salir groso –acotó T.
- Si no sale groso me retiro del cine.
- Ay qué pelotudo.
- Y, pero si con todo lo que venimos haciendo no sale algo groso, puedo considerarme un fracaso.
- No tiene por qué salir groso de una –dijo Germán.
- Qué no. Las cosas hay que hacerlas grosas de una.
- ¿Quién hace cosas así?
- Los grosos.
- Pedís mucho –acusó T.
- Es la idea.
- Tenés veinte años y querés ser Pollock.
- Seguramente Pollock a los veinte quería ser Pollock también.
- Pero lo fue a los cuarenta.
- Y no vas a ser Pollock–Germán me pasó el porro. Lo rechacé.
- Cerrá el orto –le dije.
- Andá a cagar –respondió.
- Tenemos muchos años para ser grosos –dijo T y me sirvió más cerveza.
- No. Hay que hacerlo ahora. Después te morís –nos quedamos callados un rato -. Si a los treinta no hiciste nada, podés considerarte un muerto.
- Eso nos deja… ¿diez años?
- Relajate un poco, man, no seas enfermo –sentenció Germán.
- No soy enfermo.
- No, sos un tarado –remató T.
Al fin llegó la comida: fideos, saltados de verdura, arroz, esas cosas chinas que tanto nos gustan. Comimos con devoción y pusimos la película. Cuando se acabó la cerveza abrimos un licor.
- Esta película es una basura –lo era.
Un tiempo después nos empezamos a quedar dormidos, y la película perdió el poco interés que alguna vez pudo haber tenido. Entonces el timbre sonó dos o tres veces y bajé a abrirle a Julio. Traía un whisky.
- ¿Quiénes están?
- Germán y T.
- Fisura, ¿no? ¿Salimos hoy?
- Dale.
Serían las dos o las tres de la mañana cuando se acabó el licor y abrimos el whisky. Desperté a Germán y él armó un porro. Pusimos un disco de Queen, Julio y yo cantamos a los gritos, T se rió y Germán se quedó dormido con el porro en la mano. A las tres y cuarto lo desperté.
- Belleza –le dije -, Julito y yo nos vamos de joda, ¿me dejás la llave?
- ¿Volvés acá?
- Sí, sí.
Me puse la campera, Julio se puso su tapado, y agarramos la petaca de whisky, abierta. T se incorporó y se limpió los ojos con las manos. Fue al baño.
- No hagas mucho quilombo cuando vuelvas que yo madrugo, tengo que estudiar. Y cerrá las tres llaves –pidió Germán.
- Sí. Y vos hacé algo útil, por favor.
- No sé, estoy cansado.
- No me jodas.
Por alguna razón tenía un fuerte deseo de que Germán y T pasaran la noche juntos y sin ropa. Los liberé yéndome con Julio y esperando que así fuera, y me pareció bien haberla llevado.
- Chau chicos, sean felices.

Julio y yo salimos. Hacía una buena cantidad de frío. En la puerta del bar de al lado se apiñaban grupos de gente que exhalaba vapor y humo. Por la calle pasaban taxis vacíos.
- Opciones –pedí.
- Hay una fiesta sobre Agüero –dijo Julio. Siempre sabía de alguna fiesta y siempre quería salir, lo que lo transformaba en un óptimo colega nocturno.
Al final la fiesta resultó ser una bailanta en el Abasto, por lo que después de esperar un poco en la puerta a ver qué idea nos daba de lo que había adentro nos fuimos a ver si encontrábamos algo en el Club del Arte. Cuando se acabó el whisky compramos un vino de seis pesos en un kiosco cuidado por un policía y seguimos caminando. Era muy reconfortante caminar en el frío con el vino en la mano, charlando estupideces. De vez en cuando pasaba algún grupo chico de mujeres, a lo que Julio disparaba un “hola, chicas” sistemático y automático, que claramente nunca surtía efecto.
En el Club del Arte no había nada. Se escuchaba música, pero se suponía que era una fiesta privada. Eran las cuatro y media. Nos sentamos un rato en la puerta, y cuando el guardia nos informó de la privacidad del evento, decidimos ir hasta psicología, a ver si nos dejaban pasar gratis. Eran unas quince cuadras, pero parecieron cien. De vez en cuando palpaba el bolsillo de mi campera y sentía las llaves de lo de Germán y agradecía no tener que volver a provincia con los pies en ese estado.
En la entrada de psicología vendían entradas dos flacos y una chica. Uno de los varones tenía un suéter a rombos cuello en V y fumaba, y el otro un saco de corderoy y en ningún momento hizo un gesto ni pronunció palabra. Los dos tenían el pelo corto y cuidadosamente despeinado. La chica era más o menos linda y llevaba un suéter salteño que exclamaba a gritos pretensiones proletarias. Su ortivez general le restaba mucho a su belleza física.
Cuando llegamos nos quedamos un rato en la puerta a ver quién entraba y quién salía, para saber cuánto valía la pena pelear la entrada, y para esperar que se hiciera más tarde y por lo tanto más fácil hacerlo. A eso de las cinco y cuarto nos tiramos un lance.
- Hola, ¿cuánto está?
- Ocho.
- Estás loco, man, son las cinco y media.
- Ya te lo estoy bajando, hace un rato era diez.
- Ocho es una locura, no hay nadie.
- La gente sigue entrando y paga la entrada.
- ¿Cuánto tenés vos? –preguntó Julio.
- Y… tengo muy poco –respondí mirando mi billetera.
- Yo también. Astilla. Dos por ocho.
- Mirá flaco, ya te la estamos bajando. Si querés entrar entrá, si no fue –intervino la hippie chic. Estaban los tres curiosamente serios para ser organizadores de una fiesta.
- ¿Ustedes organizaron esto? –pregunté..
- Sí.
- Uf, lo que debe ser.
- Está buenísima la fiesta.
- Claro.
- ¿Claro qué?
- Pinta buena.
- Sí.
- Dos por ocho –repitió Julio -, y es bastante. A esta hora son unos cararrota por cobrar –. Se acercaron dos osos a escoltar a los tres psicólogos, y se amontonaron todos en la entrada, por si intentábamos pasar.
- Dos por quince y es la última –dijo el de cuello en V.
Nos miramos con Julio. Sabíamos que no íbamos a entrar, aunque tuviéramos la plata (que por cierto, teníamos). Miré a la hippie chic a ver si al menos conseguía algo, y encontré más frío que en la calle. Claramente no nos iban a perseguir, así que Julio tomó su habitual represalia. Escupió una masa bien grande y verde sobre las entradas y rápidamente nos escabullimos entre un grupo de gente que salía, insultos detrás. No nos siguieron; no tenían tanta vida como para hacerlo.
- Qué astilla –dijo Julio, y emprendimos la vuelta.

Cuando llegué a lo de Germán me equivoqué de llave un par de veces. Tenía las manos torpes y el frío no ayudaba. Al final me di cuenta de que estaba usando las llaves de mi casa. Me fijé en la puerta a ver si por casualidad no era efectivamente mi casa, y cuando lo comprobé cambié mi llave por la de Germán.
Entré y noté que me tenía que agarrar de la baranda de la escalera para subir, porque se movía y me hacía perder el equilibrio. De pronto estaba arriba y me miré en un espejo. Estaba totalmente despeinado y con los ojos entrecerrados. Caminé hasta el living y miré mi sillón, que me estaba mirando con una frazada cubriéndolo. El piso se movía y las paredes también, subían y bajaban rápidamente. Sentí que podía vomitar en cualquier momento, pero siempre había habido en mí un rechazo tan fuerte a hacer eso, que dejaba las porquerías en mi estómago a fuerza, sintiéndome horrible en el proceso.
Me tiré en el sillón y fue una sensación maravillosa. La casa se movía demasiado y lo único que escuchaba era un zumbido agudo. Busqué un lugar para fijar la vista, porque la situación me resultaba insostenible. Encontré un Pollock muy chico encuadrado en la pared. No pude fijar la vista y la levanté al techo, que bailaba. A quién se le ocurre tener un Pollock de ese tamaño. No tiene ningún sentido. Mi gastritis crónica no ayudaba en nada a mi malestar.
Dije basta y me estiré para apagar la luz. Miré mi celular. Eran las seis. Decidí anular el zumbido, me concentré en eso y de a poco empecé a escuchar el ambiente. Pensé en T y en Germán. Ojalá hayan tenido sexo. Me quedé en silencio, sin moverme por miedo a vomitar el parqué, y entonces escuché. De la habitación de al lado, bajito pero audible, se escuchaba un ruido monótono y repetitivo, de resortes.
La cama se movía.
Me sentí feliz.

lunes, 8 de junio de 2009

Otro cigarrillo

Salimos a la calle, ella y yo. Adentro del bar el aire estaba ya muy viciado, y el resto del grupo ya tenía demasiada cerveza encima como para permitir una charla tranquila. Eran gritos y risas exaltadas que se intercambiaban como tiros en una guerra. Clara me había estado mirando con esa mirada que pone cuando las cosas no están bien, esa que indica que necesita charlar un rato. Era una persona muy expresiva. Con sólo saludarla me podía dar cuenta de qué estado de ánimo tenía, y qué tipo de crisis estaba atravesando. Las crisis de angustia o de depresión eran muy propias de ella, y hacía lo que podía para combatirlas, cuando podía. Cuando no, era otra historia.
Afuera el clima era mucho mejor. Estaba fresco y seco, y la luz de la calle, amarilla, era más amigable que la del interior. Nos apoyamos contra el vidrio de la pared del bar, y ella sacó un cigarrillo. Yo me limité a verla encenderlo, con las manos en los bolsillos de mi campera.
- Dios –dijo después de una pitada.
- ¡No te deprimas! –me quejé, buscando iniciar la conversación que ella necesitaba.
- Bueno, ya me deprimí –me aclaró. Esperó unos momentos –Jodete –agregó.
Nos quedamos callados unos momentos. Había otros pequeños grupos cerca nuestro, fumando y charlando animadamente. Me sentía bien. El fresco de la noche me alegraba el ánimo, y el olor del tabaco de Clara me hacía sentir vivo. La miré y sentí un poco de pena.
- Boludo, no sabés la angustia que tengo.
- Bueno, sí sé. Y te entiendo, pero tenés que entender que ya fue ese flaco. Fue hace mucho más que anoche.
- Ya sé, pero igual. O sea, es una cuestión de respeto –miró a la calle y a los grupos de gente por primera vez desde que habíamos salido. Después miró adentro, a nuestro propio grupo, cuyo griterío se escuchaba desde donde estábamos -. Se están re divirtiendo –sonrió. Me di cuenta que me iba a contar la historia que sólo había amagado a resumir –. Yo no entiendo cómo se puede ser tan forro. Llegué a la fiesta esa de mierda y no tenía ni idea de que iba a estar.
- ¿Qué fiesta era?
- Una de la uba. No me acuerdo ni de qué facultad, estaba medio borracha. Pero estaba ahí, bailando con las chicas, y lo veo pasar justo al lado mío. Le toqué el hombro y me miró. Se quedó un toque mirándome y después me puso cara de lástima. Qué forro –succionó furiosamente el humo de su cigarrillo y lo expulsó por la nariz -. Qué forro. Estaba muy muy borracho, muchísimo más que yo, era una cosa increíble. “¿Cómo estás? ¿Te puedo abrazar?” me dice.
- ¿Y le dijiste que sí?
- Y qué le voy a decir. Sí. Y me abraza. Y me da un beso en la mejilla el muy hijo de puta, y me dice perdón perdón y que me quiere de verdad. Estaba muy borracho así que obviamente no me lo tomé en serio, pero se quedó abrazándome durante un rato largo, al punto que miré a las chicas y se rieron, imaginate. Era un abrazo bien alcohólico. Y en eso uno de sus amigos lo agarra y lo separa, y se lo lleva.
- Bueno, no es tan grave.
- No, hasta ahí no. ¿Qué mirás la hora? ¿Querés entrar?
- No, perdón, fue un reflejo –me reí -. Tranquila, paranoica.
- Bueno perdón. El tema es que quince minutos después yo estaba por ahí dando vueltas. No sabía si ir a hablarle o qué, ¿entendés? O sea, ¿tiene sentido o no? Si viene un ex y te dice eso, ¿no le vas a hablar después? –pensé unos momentos.
- Depende de la situación. Pero sí, supongo que tiene sentido.
- ¿Cómo suponés? ¿Tiene o no tiene?
- Sí, sí, tiene.
- Bueno, entonces me estaba decidiendo en ir a hablarle, cuando pasan los tres amigos, solos, al lado mío. Me miran y se van. Yo no me di cuenta de nada, pero les dije a las chicas que iba al baño y me puse a caminar por la fiesta, a ver si lo encontraba. Y en eso lo vi de lejos. Qué hijo de mil putas, me acuerdo y me da toda la bronca. Lo reconocí por lo alto que es. Estaba comiéndose a una rubia teñida asquerosa.
- Uh. ¿Posta? ¿Estás segura que era él?
- Sí, segurísima, boludo. Si es un forro. Me fui sin decirle nada obviamente. Yo pensé que si me pasaba algo así alguna vez me iba a poner re loca, pero me fui así en silencio.
- Qué hijo de puta.
- Mal.
- Yo nunca te hice algo así cuando cortamos.
- Y no, claro. Por eso te sigo hablando.
Ella sacó otro cigarrillo. Me dieron ganas de pedirle uno, pero en realidad no fumaba, y quería que eso siguiera así. Se quedó callada un rato. La miré y me pregunté si era linda, si podría volver con ella. Me respondí a lo primero que efectivamente lo era, y a lo segundo que no sabía. Eso me hizo dar cuenta de que la situación ahí se estaba poniendo peligrosa, y que tal vez era hora de volver adentro y poner gente entre nosotros.
En ese momento escuché que hizo un ruido con su nariz, y me incliné para verle los ojos, que miraban el suelo. Estaba empezando a llorar. En un acto reflejo, sin otra cosa que hacer, la abracé y, como era de esperar, se dejó caer sobre mí, abrazándome a su vez. Teníamos un buen abrazo. Me mojó la campera con lágrimas. Miré adentro para comprobar que no nos veían. Esperé hasta que se calmó. “Tranquila”, le dije un par de veces. Le di un pañuelo, se sonó los mocos y se calmó. Estaba más linda que antes. Qué hijo de puta.
- ¿Volvemos adentro? –propuse.
- No, quedémonos un ratito más.
Y nos quedamos. Sacó otro cigarrillo. Lo fumó entero en silencio, mirando a la calle. Un par de veces desvió la mirada hacia mí y me sonrió, entre incómoda y con vergüenza por tenerme ahí, en esa situación. Cuando lo terminó, pasó delante mío.
- Entremos –dijo.
Y entramos.

viernes, 5 de junio de 2009

Cervezas en el centro

Hacía frío. Tenía una bufanda de lana rodeándome el cuello y una campera bastante gruesa cubriéndome el cuerpo, pero aún así lo sentía. El humo del cigarrillo me entraba por la boca, cálido, y me ofrecía algún reparo. La gente caminaba enfundada en abrigos gruesos, rápido, como para entrar en calor. Yo estaba parado hacía media hora. Claramente, me habían dejado plantado.
En fin, seguir esperando ya era degradante.
Eran las siete de la tarde, el cielo ya estaba igual de oscuro que a cualquier hora de la noche, y las luces amarillas y blancas iluminaban la avenida. Caminé lenta, tranquilamente, mirando algunas vidrieras, hojeando libros, sin encontrar nada interesante. Entré en un McDonald’s para buscar un diario y mirar la cartelera de cine. Me di cuenta que no tenía ganas de gastar tanta plata en una entrada, y decidí seguir caminando. Habré caminado veinte o treinta minutos, cuando de golpe, vi a alguien conocido entre la gente. Era una de las personas con las que mejor me llevaba de mi círculo (y aún lo es). Caminaba despreocupado, con los auriculares cubriéndole la cabeza, casi abrigándolo. Llevaba unos jeans gastados y un saco largo y negro, de paño. Julio. Cuando me vio, parado junto a una vidriera mirándolo, me hizo gestos de saludo con la mano, y se me acercó sonriendo.
- Qué hacés, man, ¿todo piola? –me dijo.
- Piola –respondí. Me sentí un pelotudo por hablar de esa manera, pero siempre, cuando hablaba con gente, de alguna manera mis pensamientos, tan caóticos, se estructuraban en esas palabras.
- ¿Vas a ver a la minita ahora?
- No, fue hace un rato eso, me plantó –respondí como quien habla del clima de mañana.
- Bajón.
- Y bueno. ¿Vos no tenías una hoy? –recordé.
- Sí, sí, pero a la noche. Sólo a vos se te ocurre invitar a salir a alguien a la tarde –pensó unos segundos y agregó- Por eso te plantan.
Julio, en esos días, salía con tres chicas alternativamente. Una música, una estudiante de letras y una empleada de Starbucks. En seguida decidimos ir a tomar una cerveza. Nos dirigimos al mercado chino más cercano.
- Qué problema hay con salir a la tarde. Mirá si me cae mal y me tengo que comer toda la noche.
- “Che mirá yo tengo un cumpleaños ahora”, y listo. No tiene que durar toda la noche.
- A mí me parece que está bien a la tarde como primera salida –no estaba demasiado convencido de lo que decía, la verdad, y los resultados de mi reciente plan no ayudaban a mi idea. Prendí otro cigarrillo, le ofrecí uno a Julio, lo aceptó, y seguimos caminando.
- A la tarde no tenés ninguna posibilidad de sexo –me dijo Julio después de reflexionar unos instantes. Empezamos a hablar con intervalos importantes entre cada oración, dando una o dos largas pitadas a nuestros cigarrillos cada vez.
- La primera vez no tenés ninguna posibilidad de sexo –miré a una pareja que pasaba -. Tampoco estoy tan desesperado –agregué.
- Ves, ese es tu problema.
- No tengo un problema.
- Sí tenés. Vos tenés que entrar a un lugar pensando “hoy me puedo mover a cualquiera de estas minas”. Y salir por primera vez con cualquiera, con esa mentalidad. Aunque después no te las muevas.
Llegamos al chino. Recorrimos el lugar buscando las heladeras, y al final encontramos una Isenbeck descartable, bien fría, al fondo del local. La cerveza muy fría los días helados tiene un gusto especial, y para mí, muchísimo mejor que un día de calor. Pagamos y salimos. Nos sentamos en un escalón a un costado del local. Julio abrió la botella con su encendedor, y nos la pasamos el uno al otro.
- Por ejemplo, la chica del Starbucks. La conocí cuando fui con la de puán.
- ¿Posta? ¿Conociste a una estando con otra?
- Sí, o sea, por primera vez. Pero en seguida me di cuenta que me fichaba. Creo que puán no se dio cuenta. Esa noche fui a la casa (de puán). Todavía hacía calorcito en esa época, así que la convencí de unas cervezas (viste que es fanática del café) y me la moví. Dos polvos a la noche y uno a la mañana. Y al otro día cuando salí pasé por el Starbucks. Estaba Starbucks adentro, y así de una fui y le pregunté que a qué hora salía.
- ¿No estabas cansado de coger?
- No. Al otro día sí estaba.
- ¿De una fuiste y le preguntaste?
- Sí -. Igualmente sabía que Julio contaba todas las cosas con un buen nivel de exageración. Seguramente habría ido a verla dos días después, y los polvos con puán pueden haber sido uno solo a la noche, y el otro a la tarde siguiente. Pero igualmente sus historias me gustaban –Cuestión que le tocaba cerrar el local, entonces salía a las dos de la mañana. Me pareció perfecto y la pasé a buscar. Tomamos dos cervezas, fumamos un porro y vino a casa. Dormimos cucharita y todo.
- Así, la primera noche.
- Sep. Así que no hay que perder las esperanzas de las primeras noches. Ahora me vuelve loco, me pregunta si la quiero.
- ¿Y qué le decís?
- Y qué sé yo, que sí.
- Sos un logi.
Nos quedamos en silencio un rato. Cuando se terminó la botella, entré al chino, la cambié por otra, salí y me senté de nuevo. Julio abrió la botella con el encendedor. Prendí otro cigarrillo. Pasaron un par de personas junto a nosotros, volviendo a sus casas del trabajo. Debían ser las ocho, no sé. Al final volví a hablar.
- Mañana la veo a la quetejedi –la quetejedi era mi ex chica.
- Uf –Julio se limitó a resoplar resignado.
- No sé por qué te parece tan mal. Vamos a tomar un café y a charlar de la vida. No pasa nada.
- Evidentemente algo pasa, porque la seguís viendo –me dijo, algo enojado.
- Andá a cagar, chabón, no podés salir años con alguien y no verlo más de golpe.
- No entiendo el punto. ¿Te la movés?
- No.
- ¿Y entonces?
- Sos un forro.
- No, boludo, pero sos un tarado, tenés que dejar las cosas que fueron –Julio tomó un largo trago de cerveza. Para entonces, terminando la segunda, ya sentía la cabeza más ligera y la vista, sólo por momentos, se me nublaba. Sabía que podía tomar todavía un par más antes de marearme.
- Fue, pero se transformó en otra cosa. Hablamos nada más. Es un código que quedó.
- Bueno, si a vos te parece… -tenía ese tono de voz que pone cuando le parece mal lo que escucha, y lo juzga de esa manera.
- Vos no entendés lo que es un vínculo.
Después de esa cerveza devolvimos el envase, nos dividimos la plata, y caminamos un rato más. Traté de buscar, por memoria visual, el local de fotografía donde compro los rollos, pero no estaba donde recordaba. Al final me resigné. Julio se tomó el subte a su casa y yo me quedé en la parada del colectivo, esperando. Creo que hacía más frío que antes.
Me tomé el bondi y miré por la ventana a la ciudad, al riachuelo, todavía con la cabeza algo golpeada por el alcohol. Supuse que se me pasaría todo para la hora de llegar a casa y comer con la familia. Pensé en mi encuentro fallido. Mejor, así no tenía que pasar por situaciones incómodas. La cerveza me había caído algo mal. Comer me va a hacer bien, pensé.

martes, 26 de mayo de 2009

Vasitos

Caminábamos apurados entre las góndolas. Ya eran más de las diez y el supermercado estaba por cerrar. Y no encontrábamos los fideos. Llevábamos ya cinco cervezas, un vino y un whisky. Franco había cortado con su chica dos semanas atrás. Yo me acababa de enterar. Habían salido cuatro años.
- ¿Cómo estás? –le preguntaba.
- Bien.
- Dale, en serio.
- Bien, posta.
No había chances de que le creyera. Germán no hacía ningún comentario. Al final encontramos los fideos y corrimos afuera del lugar, con las botellas a cuestas. Llegamos al departamento y abrimos una cerveza, mientras calentábamos agua para los fideos. Franco armó un porro y empezamos a fumar. Él lo tenía todo el tiempo que podía, hasta que Germán lo insultaba para que lo pasara. A mí el porro nunca me había servido para nada, así que le di unas pitadas y abrí el vino.
Un par de horas más tarde, cuando sólo quedaba el whisky, decidimos salir. Teníamos un viaje de media hora, y estábamos los tres algo mareados. Hicimos pis en la parada del colectivo.
- ¿Cómo estás, Fran?
- Estoy bien, en serio.
- Está bien, no jodas –agregó Germán.
- Cómo va a estar bien.
- Estoy bien.
En el camino nos perdimos. No sabíamos bien dónde era, y hasta que alguno se aclaró el alcohol de la cabeza y se acordó, pasó más de una hora y media.
Llegamos a eso de las tres de la mañana, y la casa estaba a oscuras. La gente se distribuía por los sillones, algunos bailaban, y algunos se armaban tragos en la cocina. Había vodka, ron, cachaça y cerveza. Agregamos el whisky, pedimos vasos y hielo y nos servimos uno cada uno. Nos sentamos con otra gente.
En esa casa estaban todas nuestras exes. Todas. Incluso la reciente, de Franco. Es terrible ver lo que alguna vez fuiste ahí enfrente tuyo. Franco se fue al baño a aspirar una línea. Yo me quedé pensando en lo que era ser dejado. Uno se olvida, pero esos primeros días son irreales. Es una libertad morbosa. Tomé mi whisky y la vi a la mía, bailando Calle 13. Por qué estarían todas las luces apagadas. Franco volvió del baño y se sentó de nuevo. Quince minutos después la suya se fue, y Germán empezó a vomitar en vasitos de plástico.
Me puse a acariciar a la perra, que por alguna razón se me había acercado. Y ahí estaban todos lidiando con lo suyo. Pensé que iba a tener que encargarme de los vasitos de vómito.
Bueno, Fran puede ayudar. No se lo ve mal.

lunes, 25 de mayo de 2009

Madrid

“Me voy a Madrid”.
Se había ganado la beca. En ese momento nuestra relación había dejado de existir.
Tenía un departamento en el centro. Era mi refugio en la ciudad. Creo que en un momento de mi vida llegó a ser mi lugar preferido por lejos, el único lugar en el que me sentía seguro y feliz. Soy de caminar paranoico por la calle, de mirar a los costados, atrás, a ver quién me sigue. De hecho, no dejo que nadie camine atrás mío, nunca. Entonces figúrense, en pleno centro, en plena noche, había un lugar en el que podía entrar y quedarme. Había café, té, comida, un perro y una chica hermosa, que me abrazaba mientras dormía y de vez en cuando decía que me quería.
El resto de la vida era embolante, de verdad. Facultad, trabajo, viajes en colectivo hasta la provincia, ida y vuelta, todos los días. Me aburrían las cosas terriblemente. Igual estaba seguro de que era un problema físico, y a veces se extendía a algunas extremidades, como la pierna derecha, que me generaba una molestia, como una astilla en el talón. Estaba seguro de que lo apoyaba mucho, pero no lo puedo saber porque al final nunca fui al médico.
Todos los días estaba a punto de levantar el teléfono y llamar, porque además quería consultar una pelota que sentía en el cuello. Cerca de la nuez de Adán, o más precisamente atrás de ella. No me dejaba tragar bien, lo que hacía que comer fuera un problema realmente serio. Y aún cuando no comía la sentía ahí, molestando.
En fin, basta de desvaríos. Nunca fui al médico. Vivía pensando en ir, pero no lo hice. No tenía tiempo, y el que tenía prefería usarlo en otras cosas. Y además, creo que cuando me muera, me voy a morir de angustia. Ni de cáncer, ni de viejo, ni de nada. De angustia y punto.
Me acuerdo demasiado bien la última vez que me hizo subir. Pedimos comida china a domicilio. No creo que pueda explicar lo seguro y poco paranoico que me sentía ahí. A las nueve de la mañana salía para Ezeiza y de ahí a Madrid. Era esa noche. Estaba todo tácito, nadie quería tocar el tema, pero ella actuaba tan naturalmente que llegué a dudar de que se fuera. Estaba seguro que me iba a decir, quedate que no me voy.
A las seis de la mañana llegaba el padre, la ayudaba y la llevaba. Para esa hora yo tenía que haber desaparecido. La noche transcurrió de una manera increíble. Había comprado un vino. Nos entonamos un poco la verdad. Después quiso ver una película, pero yo no quería perder el tiempo. Prendí la tele y me puse a pasar los canales frenéticamente. Serían las tres de la mañana. Me empezó a dar besos en el cuello y en las mejillas. La pelota de la nuez de Adán no daba más.
De pronto me pareció chico todo, y salí al balcón a respirar. Me di vuelta y la vi en la cama. “¿Qué pasa?”, me preguntó.
La quería matar, realmente la quería matar. Hasta pensé en cómo.
Escuché una sirena en la ciudad. Apagué la luz y me acerqué. Le devolví los besos en el cuello. Creo que tuvimos el mejor sexo de la historia del sexo. Seriamente.
A eso de las cuatro y media se durmió abrazándome. Me levanté y fui al baño y me lavé la cara. Después me senté en la cama y la miré. Estaba dormida realmente, profundamente. Entraba una luz fría, muy suave y muy artificial, por la ventana. Eran los edificios. La estaban bañando. Y de pronto, después de verla por media hora, me pareció que había dejado de ser ella. La mujer que estaba acostada en la cama junto a mí era otra. Sus rasgos eran iguales, pero si los miraba con detalle, no eran los suyos. Lo supe inmediatamente, fue una cosa increíble.
Me puse la remera y los jeans. Después las zapatillas. Me guardé el celular en el bolsillo, el mp3, las monedas y los boletos usados. En el bolsillo de atrás la billetera. Las llaves. Me acerqué lentamente, la miré de cerca y le di un beso en el cuello, bien suave. No lo notó. Me acerqué al oído, le mordí la oreja y le dije “son las cinco y media, abrime la puerta”. Se despertó sólo un poco. Le di otro beso y sonrió. Abrió los ojos y creo que me morí. Me abrazó y se sentó en la cama. Muy dormida, se puso un pantalón y una remera que le quedaba gigante. Me hizo señas de que la siguiera.
“No me voy, quedate a dormir”.
De que la siguiera hasta la puerta. Bajamos en el ascensor, mientras me abrazaba. Llegamos a la puerta de la calle. La abrió. Le deseé suerte y me volvió a abrazar. Y justo después cerró la puerta. La cerró y volvió caminando con ese andar de destrucción hasta el ascensor. Me quedé mirándola desde atrás del vidrio. Al final se metió en el ascensor y desapareció.

Hacía un frío de morir. Me cerré la campera hasta arriba y me puse a caminar por Córdoba. No había nadie. Me podría haber hecho un café.