viernes, 5 de junio de 2009

Cervezas en el centro

Hacía frío. Tenía una bufanda de lana rodeándome el cuello y una campera bastante gruesa cubriéndome el cuerpo, pero aún así lo sentía. El humo del cigarrillo me entraba por la boca, cálido, y me ofrecía algún reparo. La gente caminaba enfundada en abrigos gruesos, rápido, como para entrar en calor. Yo estaba parado hacía media hora. Claramente, me habían dejado plantado.
En fin, seguir esperando ya era degradante.
Eran las siete de la tarde, el cielo ya estaba igual de oscuro que a cualquier hora de la noche, y las luces amarillas y blancas iluminaban la avenida. Caminé lenta, tranquilamente, mirando algunas vidrieras, hojeando libros, sin encontrar nada interesante. Entré en un McDonald’s para buscar un diario y mirar la cartelera de cine. Me di cuenta que no tenía ganas de gastar tanta plata en una entrada, y decidí seguir caminando. Habré caminado veinte o treinta minutos, cuando de golpe, vi a alguien conocido entre la gente. Era una de las personas con las que mejor me llevaba de mi círculo (y aún lo es). Caminaba despreocupado, con los auriculares cubriéndole la cabeza, casi abrigándolo. Llevaba unos jeans gastados y un saco largo y negro, de paño. Julio. Cuando me vio, parado junto a una vidriera mirándolo, me hizo gestos de saludo con la mano, y se me acercó sonriendo.
- Qué hacés, man, ¿todo piola? –me dijo.
- Piola –respondí. Me sentí un pelotudo por hablar de esa manera, pero siempre, cuando hablaba con gente, de alguna manera mis pensamientos, tan caóticos, se estructuraban en esas palabras.
- ¿Vas a ver a la minita ahora?
- No, fue hace un rato eso, me plantó –respondí como quien habla del clima de mañana.
- Bajón.
- Y bueno. ¿Vos no tenías una hoy? –recordé.
- Sí, sí, pero a la noche. Sólo a vos se te ocurre invitar a salir a alguien a la tarde –pensó unos segundos y agregó- Por eso te plantan.
Julio, en esos días, salía con tres chicas alternativamente. Una música, una estudiante de letras y una empleada de Starbucks. En seguida decidimos ir a tomar una cerveza. Nos dirigimos al mercado chino más cercano.
- Qué problema hay con salir a la tarde. Mirá si me cae mal y me tengo que comer toda la noche.
- “Che mirá yo tengo un cumpleaños ahora”, y listo. No tiene que durar toda la noche.
- A mí me parece que está bien a la tarde como primera salida –no estaba demasiado convencido de lo que decía, la verdad, y los resultados de mi reciente plan no ayudaban a mi idea. Prendí otro cigarrillo, le ofrecí uno a Julio, lo aceptó, y seguimos caminando.
- A la tarde no tenés ninguna posibilidad de sexo –me dijo Julio después de reflexionar unos instantes. Empezamos a hablar con intervalos importantes entre cada oración, dando una o dos largas pitadas a nuestros cigarrillos cada vez.
- La primera vez no tenés ninguna posibilidad de sexo –miré a una pareja que pasaba -. Tampoco estoy tan desesperado –agregué.
- Ves, ese es tu problema.
- No tengo un problema.
- Sí tenés. Vos tenés que entrar a un lugar pensando “hoy me puedo mover a cualquiera de estas minas”. Y salir por primera vez con cualquiera, con esa mentalidad. Aunque después no te las muevas.
Llegamos al chino. Recorrimos el lugar buscando las heladeras, y al final encontramos una Isenbeck descartable, bien fría, al fondo del local. La cerveza muy fría los días helados tiene un gusto especial, y para mí, muchísimo mejor que un día de calor. Pagamos y salimos. Nos sentamos en un escalón a un costado del local. Julio abrió la botella con su encendedor, y nos la pasamos el uno al otro.
- Por ejemplo, la chica del Starbucks. La conocí cuando fui con la de puán.
- ¿Posta? ¿Conociste a una estando con otra?
- Sí, o sea, por primera vez. Pero en seguida me di cuenta que me fichaba. Creo que puán no se dio cuenta. Esa noche fui a la casa (de puán). Todavía hacía calorcito en esa época, así que la convencí de unas cervezas (viste que es fanática del café) y me la moví. Dos polvos a la noche y uno a la mañana. Y al otro día cuando salí pasé por el Starbucks. Estaba Starbucks adentro, y así de una fui y le pregunté que a qué hora salía.
- ¿No estabas cansado de coger?
- No. Al otro día sí estaba.
- ¿De una fuiste y le preguntaste?
- Sí -. Igualmente sabía que Julio contaba todas las cosas con un buen nivel de exageración. Seguramente habría ido a verla dos días después, y los polvos con puán pueden haber sido uno solo a la noche, y el otro a la tarde siguiente. Pero igualmente sus historias me gustaban –Cuestión que le tocaba cerrar el local, entonces salía a las dos de la mañana. Me pareció perfecto y la pasé a buscar. Tomamos dos cervezas, fumamos un porro y vino a casa. Dormimos cucharita y todo.
- Así, la primera noche.
- Sep. Así que no hay que perder las esperanzas de las primeras noches. Ahora me vuelve loco, me pregunta si la quiero.
- ¿Y qué le decís?
- Y qué sé yo, que sí.
- Sos un logi.
Nos quedamos en silencio un rato. Cuando se terminó la botella, entré al chino, la cambié por otra, salí y me senté de nuevo. Julio abrió la botella con el encendedor. Prendí otro cigarrillo. Pasaron un par de personas junto a nosotros, volviendo a sus casas del trabajo. Debían ser las ocho, no sé. Al final volví a hablar.
- Mañana la veo a la quetejedi –la quetejedi era mi ex chica.
- Uf –Julio se limitó a resoplar resignado.
- No sé por qué te parece tan mal. Vamos a tomar un café y a charlar de la vida. No pasa nada.
- Evidentemente algo pasa, porque la seguís viendo –me dijo, algo enojado.
- Andá a cagar, chabón, no podés salir años con alguien y no verlo más de golpe.
- No entiendo el punto. ¿Te la movés?
- No.
- ¿Y entonces?
- Sos un forro.
- No, boludo, pero sos un tarado, tenés que dejar las cosas que fueron –Julio tomó un largo trago de cerveza. Para entonces, terminando la segunda, ya sentía la cabeza más ligera y la vista, sólo por momentos, se me nublaba. Sabía que podía tomar todavía un par más antes de marearme.
- Fue, pero se transformó en otra cosa. Hablamos nada más. Es un código que quedó.
- Bueno, si a vos te parece… -tenía ese tono de voz que pone cuando le parece mal lo que escucha, y lo juzga de esa manera.
- Vos no entendés lo que es un vínculo.
Después de esa cerveza devolvimos el envase, nos dividimos la plata, y caminamos un rato más. Traté de buscar, por memoria visual, el local de fotografía donde compro los rollos, pero no estaba donde recordaba. Al final me resigné. Julio se tomó el subte a su casa y yo me quedé en la parada del colectivo, esperando. Creo que hacía más frío que antes.
Me tomé el bondi y miré por la ventana a la ciudad, al riachuelo, todavía con la cabeza algo golpeada por el alcohol. Supuse que se me pasaría todo para la hora de llegar a casa y comer con la familia. Pensé en mi encuentro fallido. Mejor, así no tenía que pasar por situaciones incómodas. La cerveza me había caído algo mal. Comer me va a hacer bien, pensé.

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