viernes, 4 de diciembre de 2009

El uso del tiempo 1

Estuve un par de días bien lúcido y despierto, durmiendo a la noche con el farol naranja de la calle iluminándome por la ventana, y escribiendo mis guiones durante el día, la cabeza adentro del monitor y la comida dulce y mala por el escritorio.
Al fin el viernes salí con Franco y me di cuenta de que estaba mucho más cansado de lo que creía estar y corrimos por la calle persiguiendo al diecinueve. Cuando llegamos había muy poca gente, pero pasaron las horas y se llenó. Había una sala grande con luces rojas, llegaron todos y Germán me intentó convencer de que para tener tiempo de escribir, leer y vivir tenía que tomar café y ninguna otra cosa, porque todo lo demás no da ganas de hacer nada útil. Estuvimos todos de acuerdo en que el tiempo evidentemente no alcanzaba y Franco se fue al armario. Me di cuenta de que había mucha gente desconocida y me quedé hablando con Germán en la cocina. Llegó un amigo muy duro que no paraba de decirnos que nos quería y al final apareció la rubia de la fiesta, la gran rubia de la fiesta, que subía y bajaba y no sé por qué bailaba tanto y que todos creíamos que era extranjera.
A las seis de la mañana decidí que eso era una noche, Franco me pidió un cigarrillo y vi que quedaban sólo dos.
- No, dejá, si te quedan dos.
- Todo bien, todo bien –le di uno.
- ¿No sos un adicto de salir a comprar a las once de la noche un martes?
Y Marcos me decía que si quería ir a desayunar que lo esperara, yo le dije que café con medialunas podía ser pero él dijo que mejor cerveza con medialunas. Igual me fui. Caminé por Corrientes diez cuadras y me tomé el treinta y siete. Me dormí parado varias veces y la gente me sostenía. Pensé que podía tirarme en el piso a dormir, si total era sábado y eran las siete y a quién le importa. Al final llegué y tuve que caminar otras diez cuadras. En el medio había una iglesia y estaban dando misa. Entré y me senté en un banco a mirar.

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