sábado, 26 de diciembre de 2009

Los Pases


Un pase
Las chicas hacían pis contra el baobab del fondo. Era un país en sí mismo, con las raíces levantándose y las botellas y las sillas distribuidas sobre él, y sus islas de tierra y su interior desconocido. Nos acercamos y las encontramos, se tambaleaban corriendo y nos pedían que no fuéramos más cerca que las íbamos a ver. Franco y Germán tenían que mear, sí o sí, y esperamos a que terminaran para poder pasar. Germán armaba y le convidé vino. Las chicas se fueron en grupos chicos y Dani se quedó con nosotros. Franco se fue a mear y Germán le convidó a Dani. Rechazó.
En ese baobab ya no había nadie, en cambio al fondo el gran grupo de pie parecía invitarnos a entrar, y la luz blanca de algún farol caía justo encima de sus cabezas. Eran cientos. Franco volvió del árbol, se limpió de blanco y Dani se fue. Caminamos hacia la fiesta y pasamos por las enredaderas, verdes y abotelladas.
- No lo puedo creer, ahí está Paula –me dijo Franco en voz baja.
- Derecha, derecha –nos desviábamos.
- ¡No la mires!
- No la estoy mirando.

Dos pases
Polto giraba y giraba entre la gente, y quería bailar y quería fernet. Nos encontró a la media hora de haber llegado. “Me agarré una mina que nada que ver, que no es ninguna de las dos que yo quería. Quiero a la prima ya. Vamos a dar una vuelta a ver si al encontramos“. La botella de vino blanco que, prácticamente sólo, se había tomado, rodaba por el asfalto. Llegó tranquila y solitaria junto a un auto dado vuelta y muy oxidado junto al que una pareja se daba los besos. Vamos a dar una vuelta a ver si la encontramos. Entre la gente, la luz, la música, las campanitas, la noche buena, y el asfalto, las estrellas. Y la prima y la ex. Polto saltó y corrió.

Tres pases
La enredadera y sus botellas nos abrazaban y los cuatro, sentados ahí, miramos la gente a lo lejos. Habíamos perdido a Diego, pero no importaba. “Miralo, es un poeta, escribe en cualquier lado”, dijo Franco a Polto y nos reímos un poco y nos paramos, se limpiaron y nos fuimos. Nos sentamos entre la gente.
- Hola, Pau –Franco se paró y se quedó hablando.
Di unas vueltas mientras compraban Fernet y un montículo de rulos me indicó otra cara conocida. A los gritos y entre la música, casi a la luz del sol, le leí mis anotaciones a T, que escuchó sin parar de bailar, y le dije que estábamos comprando Fernet. Vino conmigo. Al rato Polto y yo nos quedamos sin mucho que hacer y dimos unas vueltas buscando a la prima deseada o a la ex perdida.

Cuatro pases
Franco camina con Paula, abrazados hacia la salida del estacionamiento. La luz del sol rebota en las puntas de los edificios para caer difusa sobre el asfalto, que brilla levemente y los ilumina. Salen de la fiesta y encaran para Arenales.
Germán se acerca con T y avisa que se van; están de la mano o algo así. Se van a su casa y se despiertan al día siguiente con resaca y cansados, y hacen té.

Cinco pases
Polto y yo damos las vueltas por el lugar. No están ni la ex ni la prima, y suena el teléfono y nos habla alguien y nos pide cigarrillos y Polto no escucha nada y grita y grita por el teléfono. Al final me lo da. “Dice que está por el baobab del centro”. Al fin habíamos encontrado a Diego. Nos encaminamos al baobab indicado, todo con gente y sillas y botellas y plantas saliéndole de adentro, y ahí está Diego, con una gran sonrisa y hablando con alguien que no conoce.
Diego muy temprano, cuando desapareció, se fue con la muchacha al bosque, entre los árboles del cantero de la fiesta. Se sentaron y Diego ya estaba borracho, y se dieron los besos sobre la tierra. Al fin la acompañó a su casa en taxi, se bajaron y se dieron más besos, y la muchacha no lo dejó subir al departamento. Diego dijo que así es la vida, que la noche había terminado, y se dio cuenta de que la faltaban el celular y la billetera.
A las cinco y media de la mañana caminó treinta cuadras, atravesando la ciudad desde almagro hasta facultad de medicina, y hurgó en las profundidades del bosque, y entre el alcohol regado en el barro y las flores de verano y las mujeres y las parejas, salió triunfante, celular y billetera en mano, y se encontró con otra muchacha, y hubo beso. La sonrisa de una gran noche le surcaba el rostro y le contó a la historia a los cientos de personas que quedaron en el lugar a las siete de la mañana.
Polto y yo le hicimos compañía, apareció más gente, y la música declinó, y la gente se sentó. Eran las siete y me despedí. El fernet caía por mi camisa y mis pantalones, y mi zapatilla, izquierda, atada la suela con un cordón de cuero, lo dejaba entrar hasta la planta del pie. Caminé al sol, alejándome y escuchando una noche de paz instrumental que, a modo de despedida, largaban desde la barra. Hice pis en un árbol, felicité a unos mendigos, caminé a la parada y me senté en el cordón.

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