miércoles, 30 de diciembre de 2009

No me gusta

por Luis Reboredo

las tardes nubladas
el otoño insensato
la psicología inversa, tampoco los gatos
ni la costa en enero ni la cancha de vélez
pero menos que menos las casitas de belgrano
la verdad a medias, la hipocresía innata
el egoísmo latente en los nenes de tres años
el fascismo incipiente
las multitudes sin cabeza
el noticiero de las ocho vende carne podrida en tu mesa
que me hablen seguido cuando recién me levanto
las minas insípidas que prefieren dar vueltas
los imbéciles que creen que amar es no soltarte
el sexo que es impuro cuando tiene recatos
la plata de traje que se cree mejor que el narco
y aunque este mundo es insano
y aunque me quejo por eso
en verdad, lo que menos me gusta es que no me devuelvan un beso.

sábado, 26 de diciembre de 2009

Los Pases


Un pase
Las chicas hacían pis contra el baobab del fondo. Era un país en sí mismo, con las raíces levantándose y las botellas y las sillas distribuidas sobre él, y sus islas de tierra y su interior desconocido. Nos acercamos y las encontramos, se tambaleaban corriendo y nos pedían que no fuéramos más cerca que las íbamos a ver. Franco y Germán tenían que mear, sí o sí, y esperamos a que terminaran para poder pasar. Germán armaba y le convidé vino. Las chicas se fueron en grupos chicos y Dani se quedó con nosotros. Franco se fue a mear y Germán le convidó a Dani. Rechazó.
En ese baobab ya no había nadie, en cambio al fondo el gran grupo de pie parecía invitarnos a entrar, y la luz blanca de algún farol caía justo encima de sus cabezas. Eran cientos. Franco volvió del árbol, se limpió de blanco y Dani se fue. Caminamos hacia la fiesta y pasamos por las enredaderas, verdes y abotelladas.
- No lo puedo creer, ahí está Paula –me dijo Franco en voz baja.
- Derecha, derecha –nos desviábamos.
- ¡No la mires!
- No la estoy mirando.

Dos pases
Polto giraba y giraba entre la gente, y quería bailar y quería fernet. Nos encontró a la media hora de haber llegado. “Me agarré una mina que nada que ver, que no es ninguna de las dos que yo quería. Quiero a la prima ya. Vamos a dar una vuelta a ver si al encontramos“. La botella de vino blanco que, prácticamente sólo, se había tomado, rodaba por el asfalto. Llegó tranquila y solitaria junto a un auto dado vuelta y muy oxidado junto al que una pareja se daba los besos. Vamos a dar una vuelta a ver si la encontramos. Entre la gente, la luz, la música, las campanitas, la noche buena, y el asfalto, las estrellas. Y la prima y la ex. Polto saltó y corrió.

Tres pases
La enredadera y sus botellas nos abrazaban y los cuatro, sentados ahí, miramos la gente a lo lejos. Habíamos perdido a Diego, pero no importaba. “Miralo, es un poeta, escribe en cualquier lado”, dijo Franco a Polto y nos reímos un poco y nos paramos, se limpiaron y nos fuimos. Nos sentamos entre la gente.
- Hola, Pau –Franco se paró y se quedó hablando.
Di unas vueltas mientras compraban Fernet y un montículo de rulos me indicó otra cara conocida. A los gritos y entre la música, casi a la luz del sol, le leí mis anotaciones a T, que escuchó sin parar de bailar, y le dije que estábamos comprando Fernet. Vino conmigo. Al rato Polto y yo nos quedamos sin mucho que hacer y dimos unas vueltas buscando a la prima deseada o a la ex perdida.

Cuatro pases
Franco camina con Paula, abrazados hacia la salida del estacionamiento. La luz del sol rebota en las puntas de los edificios para caer difusa sobre el asfalto, que brilla levemente y los ilumina. Salen de la fiesta y encaran para Arenales.
Germán se acerca con T y avisa que se van; están de la mano o algo así. Se van a su casa y se despiertan al día siguiente con resaca y cansados, y hacen té.

Cinco pases
Polto y yo damos las vueltas por el lugar. No están ni la ex ni la prima, y suena el teléfono y nos habla alguien y nos pide cigarrillos y Polto no escucha nada y grita y grita por el teléfono. Al final me lo da. “Dice que está por el baobab del centro”. Al fin habíamos encontrado a Diego. Nos encaminamos al baobab indicado, todo con gente y sillas y botellas y plantas saliéndole de adentro, y ahí está Diego, con una gran sonrisa y hablando con alguien que no conoce.
Diego muy temprano, cuando desapareció, se fue con la muchacha al bosque, entre los árboles del cantero de la fiesta. Se sentaron y Diego ya estaba borracho, y se dieron los besos sobre la tierra. Al fin la acompañó a su casa en taxi, se bajaron y se dieron más besos, y la muchacha no lo dejó subir al departamento. Diego dijo que así es la vida, que la noche había terminado, y se dio cuenta de que la faltaban el celular y la billetera.
A las cinco y media de la mañana caminó treinta cuadras, atravesando la ciudad desde almagro hasta facultad de medicina, y hurgó en las profundidades del bosque, y entre el alcohol regado en el barro y las flores de verano y las mujeres y las parejas, salió triunfante, celular y billetera en mano, y se encontró con otra muchacha, y hubo beso. La sonrisa de una gran noche le surcaba el rostro y le contó a la historia a los cientos de personas que quedaron en el lugar a las siete de la mañana.
Polto y yo le hicimos compañía, apareció más gente, y la música declinó, y la gente se sentó. Eran las siete y me despedí. El fernet caía por mi camisa y mis pantalones, y mi zapatilla, izquierda, atada la suela con un cordón de cuero, lo dejaba entrar hasta la planta del pie. Caminé al sol, alejándome y escuchando una noche de paz instrumental que, a modo de despedida, largaban desde la barra. Hice pis en un árbol, felicité a unos mendigos, caminé a la parada y me senté en el cordón.

Variaciones Claus

Caminamos y subimos. Llegamos
Vi un estacionamiento, vacío en los grupos de gente
Vi luz blanca y dispersión
Un Callia, Franco, y Germán
Poltorak a la octava

‘Mi tabique es el muro de Berlín’
Franco se agita y está loco
La revolución nos espera
Aclara el día y nos grita

Conseguimos un envase y la prima dormía
‘Vamos a Bulnes
Hay que hacer algo’
Los grupos se sientan y el sol los escupe

Una petisa confusa
No es mía, no sé de quién
Doce, trece y once años
La luz nos amanece y nos pide una más
El cuerpo nos late y mira hacia atrás

Santa Fé y Rodríguez Peña
Vacío a las siete
Hay uno con rulos y remera blanca
Taxis, motos, y camioneta
El cielo está celeste y el sol llega a las puntas
Suenan las palomas, brilla el asfalto
La luz se filtra entre los árboles barriales

No quedó nadie, ni en esa fiesta ni esta calle
Es navidad, te extraño horrores

viernes, 18 de diciembre de 2009

El gin recobrado

Eran los tiempos del gancia y del gin. Los tiempos de las mesas, los bancos, los subtes, las faltas y los besos. Eran los tiempos de los besos, sin duda.
Ya no recuerdo las circunstancias particulares de la situación, pero había algo de secundario, de trabajo práctico, de mesa de examen final y diciembre y verano que no llego a dilucidar en mi cabeza. Estábamos en lo de Germán, con él mismo y Franco, y seguramente habríamos terminado de comer un lemon pie. Armábamos gin tonics y escuchábamos a Morrison, y mientras uno dibujaba, otro emeseneaba y yo pensaba en mi chica. Sabía exactamente dónde estaba y adónde iba a ir, y me carcomía la mente, sin causa aparente.
Córdoba llegó a eso de las once, tirando piedras al balcón para que nos diéramos cuenta y le tiráramos las llaves. Franco le escupió desde arriba (casi un año después, en algún territorio jujeño Córdoba se vengaría disparando bosta a Franco) y le avisó que teníamos gin.
- ¿Cuál es el plan?
- Bien –empezó Córdoba –, cumpleaños de mi división. En Virrey Lamierda al quinientos, o algo así. La mina me dijo que no caigan muy fisura.
Comimos en un lugar de panchos y hamburguesas, cuatro hamburguesas completas con lechuga, tomate, jamón y queso (alguna tendría huevo), y salimos a caminar por las calles de Belgrano buscando algún rincón. Nos tiramos al lado de las vías, cerca de Barrancas, y sacamos el gin, que estaba puro y transparente en su botella de etiqueta azul clara. Córdoba contaba de cómo en su provincia hacían todas sus necesidades en las plantas y se limpiaban con ellas, y poco después procuró un intento de llevar a cabo una demostración. Nunca lo hizo. Pasó un tren y nos pasábamos la botella. No tomábamos cerveza en esos tiempos. Era eso o vodka, y nunca caminando, siempre en algún rincón cuidadosamente seleccionado.
¿Llamé a mi novia? No, eso habrá sido otra noche. Pero pensaba en ella, o pensaba en llamarla, y muy seguramente después explicité ese y otros mil pensamientos al respecto. Y entonces notamos que quedaban unos siete centímetros de gin, y yo quería hacer algo esa noche y a Franco le gustaban los límites y Germán se quería divertir y dijo “fondo blanco”. Y yo dije que no tenía problema y él que ni en pedo podía. Por cincuenta centavos de apuesta tomé los siete centímetros y en seguida me di cuenta que no pasaba nada.
Empezamos a caminar, rápido. Las luces se movían a nuestros costados y saltamos cantando la marsellesa y una señora nos gritó “viva la france!” o algo así y seguimos caminando y de golpe estábamos en Virrey Algo y tocamos el timbre y subimos y nos abrió una chica de voz gruesa y de rostro irrecordable a la que la felicité por el cumpleaños. Nos sentamos alrededor de una mesa con otras cinco o seis personas. Había poca gente en general en la casa y parecía un laberinto con pasillos y salas que no terminaban y hablé de mi novia y me paré a poner Morrison y Franco me agarró y me dijo que me sentara. Córdoba me preguntaba cosas de mi chica y las lámparas sobre la mesa estaban a muy poca altura realmente y las empecé a golpear con la mano para ver cómo se movían. A mi derecha sobre el suelo había un puf que se veía increíblemente atractivo.

No sé qué hora sería, era de noche, abrí los ojos y estaba en el puf muy cómodo y Córdoba me miraba. “Vení, vamos al baño y nos vamos”. Sentí un gusto raro en la boca y caminamos hasta el baño. Me lavé la cara y la boca.
- ¿Vomité? -pregunté a Córdoba.
- Sí. Germán y yo lo limpiamos. El hijo de puta de Franco dice que le da náuseas ver vómito.
Salimos los cuatro hacia la puerta y la dueña de casa vino a saludarnos. Le pedí disculpas por las molestias ocasionadas y dos de los tres me llevaron agarrado de los hombros.
Dormí en otro puf en lo de Germán y al día siguiente fuimos a un asado. Comí una hamburguesa, nadé en la pileta, jugué a algún juego de mesa. No la llamé hasta el otro día.

viernes, 4 de diciembre de 2009

El uso del tiempo 1

Estuve un par de días bien lúcido y despierto, durmiendo a la noche con el farol naranja de la calle iluminándome por la ventana, y escribiendo mis guiones durante el día, la cabeza adentro del monitor y la comida dulce y mala por el escritorio.
Al fin el viernes salí con Franco y me di cuenta de que estaba mucho más cansado de lo que creía estar y corrimos por la calle persiguiendo al diecinueve. Cuando llegamos había muy poca gente, pero pasaron las horas y se llenó. Había una sala grande con luces rojas, llegaron todos y Germán me intentó convencer de que para tener tiempo de escribir, leer y vivir tenía que tomar café y ninguna otra cosa, porque todo lo demás no da ganas de hacer nada útil. Estuvimos todos de acuerdo en que el tiempo evidentemente no alcanzaba y Franco se fue al armario. Me di cuenta de que había mucha gente desconocida y me quedé hablando con Germán en la cocina. Llegó un amigo muy duro que no paraba de decirnos que nos quería y al final apareció la rubia de la fiesta, la gran rubia de la fiesta, que subía y bajaba y no sé por qué bailaba tanto y que todos creíamos que era extranjera.
A las seis de la mañana decidí que eso era una noche, Franco me pidió un cigarrillo y vi que quedaban sólo dos.
- No, dejá, si te quedan dos.
- Todo bien, todo bien –le di uno.
- ¿No sos un adicto de salir a comprar a las once de la noche un martes?
Y Marcos me decía que si quería ir a desayunar que lo esperara, yo le dije que café con medialunas podía ser pero él dijo que mejor cerveza con medialunas. Igual me fui. Caminé por Corrientes diez cuadras y me tomé el treinta y siete. Me dormí parado varias veces y la gente me sostenía. Pensé que podía tirarme en el piso a dormir, si total era sábado y eran las siete y a quién le importa. Al final llegué y tuve que caminar otras diez cuadras. En el medio había una iglesia y estaban dando misa. Entré y me senté en un banco a mirar.

martes, 1 de diciembre de 2009

El Fondo.

Cambié de cara y empecé a usar camisas.
Me dejé la barba, me compré varias cosas. Empecé a salir más, como me decían.
Varié en todos los consumos. Cambié bebidas.
Me hice una chica. Tiene ojos de cine y sonrisa destructora. Tiene el pelo en llamas y los brazos más largos que vi en mi vida.
Vi la noche, y es larga y oscura y suenan sirenas y corremos y saltamos y algunos vomitamos; y nos peleamos y viajamos.
Insulté, agredí, llamé a cualquier hora del día. Escuché sus nombres, los aborrecí. Me asqueé y me borré. Volví.
Escribí, miré, fotografié, dibujé y escuché.
Le dije “andá a cagar” y la perdoné, todas las noches.
Le dije “te amo” y me perdona, todos los días.
En el fondo de mi vientre hay un lugar lleno de basura. Siempre es la misma.